domingo

Lydia Cabrera Biografia



por
Mariela A. Gutiérrez
University of Waterloo, Canadá

Estas páginas, las que hoy comparto con los lectores de La Habana Elegante para celebrar el centenario del nacimiento de la gran etnóloga cubana, conmemoran también mi primer encuentro con Lydia Cabrera, el 19 de febrero de 1980. Desde esa fecha hasta su muerte, la eminente etnóloga cubana se convierte en guía espiritual de mis investigaciones sobre lo afrocubano, inspirándome a escribir numerosos artículos y charlas académicas, además de mis tres libros sobre su obra: Los cuentos negros de Lydia Cabrera: Un estudio morfológico (Universal 1986), El cosmos de Lydia Cabrera: Dioses, animales y hombres (Universal 1991), y Lydia Cabrera: Aproximaciones mítico-simbólicas a su cuentística (Verbum 1997). Por todo lo antes dicho, es para mí un honor poder hacer en este ensayo una síntesis de la vida y obra de esta ilustre compatriota mía, sobre quien escribo desde hace diez y nueve años.
Lydia Cabrera nace en la Habana, el 20 de mayo de 1899 (aunque la autora siempre afirmó que fue en 1900)2, en la Calzada de Galiano, número 79; lugar que existe aún hoy día. Son sus padres el gran abogado cubano Raimundo Cabrera y Bosch y Elisa Marcaida y Casanova, también cubana. Su padre, don Raimundo Cabrera, es miembro de la célebre generación cubana llamada del sesenta y ocho la cual es prestigiosa por su labor durante los años de lucha que llevan a Cuba a su independencia de España3.
Cabrera es la menor de ocho hermanos, por lo que siempre se le consiente, sin olvidar que es una niña muy enfermiza, lo que contribuye a que todos en la familia la mimen en extremo. Por otra parte, debido a esta naturaleza enfermiza, durante su niñez no asiste a la escuela casi nunca, sino que más bien estudia principalmente con tutores en su propia casa, lo que contribuye a que su aprendizaje sea en cierta forma caprichoso y no siga el rigor didáctico. La pequeña lee con avidez, y los escritores favoritos de su infancia son Núñez de Arce, Bécquer, el duque de Rivas, Campoamor, y Espronceda. Muchos años más tarde Cabrera recuerda a su preferido: "mi autor era Alejandro Dumas (...) Todas aquellas historias de D'Artagnan, Athos, Portos y Aramis se me subieron a la cabeza como a Don Quijote los libros de caballería (...) convirtiéndome yo en D'Artagnan ... ¡en el duque D'Artagnan! -no en duquesa-, que no hubiera sido lo mismo"4 (Hiriart 123-124).
Como podemos ver, la niña Lydia es muy imaginativa, con un gran espíritu indagador. Y aunque hemos dicho que su padre contribuye decisivamente a su formación cultural, es su hermana mayor, Emma, a la cual Lydia ve casi como a una madre, quien se convierte en su guía, y le da todo el apoyo necesario para que el ingenio vivo de la pequeña, y su imaginación sin límites, se desarrollen libremente. Otra fuente de contribución, la mayor, son las "tatas" negras, que forman parte de todo hogar blanco cubano en aquella época, no sólo como domésticas, sino como casi un familiar más para los miembros de la casa. Los relatos de un mundo tan maravilloso como el africano, penetran indeleblemente en la mente de la futura autora y crean el primer puente que años más tarde la acercará a todo lo relacionado con el mundo negro. En ese mundo blanquinegro del hogar criollo cubano, Lydia Cabrera aprende el modo de vida de los afrocubanos, sus dichos, sus mágicas historias que parecen ser tan reales, los dolores y las alegrías de esa raza, y sin buscarlo penetra en la psicología del mundo negro por el mero convivir diario. Sin embargo, sólo es años más tarde que ella regresa con todo su ser a ese mundo de su niñez, primero a través del arte, y luego a través del intelecto.
La joven Cabrera hace su bachillerato por sí sola, sin ir a clases, y luego toma cursos de posgrado sólo por entretenerse; sobre esto ella misma dice: "lo hacía sin el afán de doctorarme, nada más porque me entretenía, porque hallaba placer en los libros" (Hiriart 125-127). Sin embargo, la gran vocación de su primera juventud es la pintura. En 1914, su hermana Emma la lleva escondida a sus clases en la Academia de Bellas Artes "San Alejandro"; allí dibuja, sin matricularse, del natural al lienzo. Un día las idas clandestinas a la Academia de San Alejandro se interrumpen: su padre, al saberlo, se niega a que continúe. Aún con el paso de los años, la insigne cubana nunca logra comprender el porqué de aquella extraña reacción de su padre.
Durante los años veinte, la compenetración con el mundo afrocubano que Lydia Cabrera vive durante su infancia pasa a un segundo plano. En ese período la autora se aleja de lo negro para dedicarse principalmente a su primer amor, la pintura. Su padre ha muerto en 1923, y en 1925 ella va a Santander, España y sigue viaje a París, con su hermana Emma; allí decide volver a Cuba a hacer "dinero propio" para poder regresar a la Ville Lumière a estudiar pintura. Y vuelve; a principios de 1927 regresa a París con su madre para quedarse. Se instala en Montmartre, en el número 11 de la Avenue Junot, donde pasa dos años pintando, como estudiante de L'Ecole du Louvre, de la cual se gradúa en 1930; también se entrega al estudio de las culturas y religiones orientales y pasa los veranos en Italia. En 1932 muere su madre.
Es en París, interesándose por las civilizaciones orientales que vuelve a su espíritu el interés por el mundo afrocubano. Sigue en París hasta 1938, pero en 1928, durante una visita de dos meses a Cuba, Cabrera "[siente] ya una gran inquietud por acercarse a ‘lo negro'; había descubierto a Cuba a orillas del Sena" (Hiriart 22). En sus cortos regresos a Cuba la joven comienza a hacer sus primeros contactos con los que van a convertirse en los futuros "informantes" de su obra etnológica. Este paso que la autora da, en muchos otros casos no hubiera tenido éxito, ya que el hombre blanco no es normalmente aceptado en los umbrales de la tradición negra; pero ella tiene la continua ayuda de sus antiguas "tatas", ya negras viejas, las cuales la "inician" en sus creencias porque la conocen bien, y ponen su confianza en la mundele (mujer blanca) Lydia, sabiendo que ella jamás les ocasionaría mal alguno.
Regresa a París, después de esos meses en Cuba, y es allí que comienza a escribir cuentos negros, con el solo fin de proporcionarle un poco de gozo y distracción a su amiga la escritora venezolana Teresa de la Parra, que se muere en Suiza de tuberculosis. Sus primeros cuentos negros, que no forman ningún volumen aún, son leídos en tertulias, y finalmente aparecen publicados en Cahiers du Sud, Revue de Paris, y Les Nouvelles Littéraires. Por esa época, el crítico Francis de Miomandre lee sus cuentos, encantado los traduce al francés, y la editora Gallimard los publica en París, en 1936, bajo el nombre de Contes nègres de Cuba.
Transcurren los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial, Lydia Cabrera regresa a Cuba en 1938 por la inminencia de la guerra, pero ahora regresa con una sólida formación y una idea definitiva: "A partir de mi regreso en 1938 comencé mis investigaciones sobre la cultura y religiones negras, investigaciones que he continuado en el transcurso de toda mi vida" (Hiriart 24). Una vez en su patria, Cabrera comienza a trabajar sin respiro en sus indagaciones sobre lo negro, con una conciencia de la necesidad prevalente de salvar para la posteridad, en una forma humana más que antropológica, la herencia de la civilización afrocubana.
La primera edición en español de Cuentos negros de Cuba se publica en 1940, en La Habana, en la imprenta La Verónica. En 1948 aparece su segundo libro de ficción, ¿Por qué? Cuentos negros de Cuba, Colección del Chicherekú, creada por la misma Lydia Cabrera y su gran amiga María Teresa de Rojas. Años más tarde, en 1971, ya viviendo en la Florida, Ediciones Universal publica su tercera colección de relatos, Ayapá: cuentos de Jicotea. En estos tres volúmenes la autora inmortaliza la poesía, la música y el concepto vital de las manifestaciones primitivas de una civilización, la afrocubana, en aparentes vías de desaparición. Sus cuentos abarcan desde los relatos míticos hasta las anécdotas humorísticas (Cabrera posee un gran sentido del humor), los cuales podemos dividir en cuatro categorías temáticas: 1) el universo africano y sus comienzos, 2) los animales personificados y su mundo, 3) el africano y su relación con los dioses, los animales y la naturaleza, y 4) el universo africano, su destino y sus porqués. La estructura de los mismos puede ser de inspiración africana, afrocubana, o criolla, según los factores que modelan cada relato.
Volvamos ahora un poco atrás, a los años cincuenta. Por ese entonces Lydia Cabrera viaja por toda la isla; sus principales centros de investigación son La Habana, Matanzas, y Trinidad, en la provincia de Las Villas. En 1954, como resultado de muchos años de paciente labor, publica su máxima creación, El Monte, el cual ha merecido que se le identifique como la biblia de las religiones y la liturgia afrocubanas. La autora, por su parte, insiste en que su valor intrínseco consiste "en la parte tan directa que han tomado en él los mismos negros" (Cabrera: El Monte 10).
Lydia Cabrera continúa adelante con su constante quehacer de investigadora; para ella lo importante es desentrañar "la huella profunda y viva que dejaron en esta isla -Cuba-, los conceptos mágicos y religiosos, las creencias y prácticas de los negros importados de Africa durante varios siglos de trata ininterrumpida" (Hiriart 25). En 1955 publica Refranes de negros viejos, porque conoce la lengua lucumí (yoruba) que se habla en Cuba; en 1957 aparece su libro Anagó, vocabulario lucumí porque sabe penetrar el lenguage sagrado de los orishas (dioses); un año más tarde, en 1958 se publica La sociedad secreta Abakuá, en el cual se reflejan los dos legados culturales de la patria cubana: el español y el africano. Sobre éste último, Cabrera hace incapié en que "la cultura no es el grado máximo de instrucción y refinamiento que logra alcanzar un pueblo, sino el conjunto de sus tradiciones sociales" (Hiriart 26). Es en alto grado significativo que en sus primeros libros etnológicos publicados entre 1954 y 1958, comenzando con el inmortal El Monte, la autora recoja los más importantes fundamentos antropológicos, religiosos, y culturales del legado afrocubano.
En ese ambiente de exaltación de lo negro que predomina en Cuba después de la Segunda Guerra Mundial Lydia Cabrera emprende la ardua tarea de ganarse la confianza de los afrocubanos, los cuales guardan celosamente el secreto de sus rituales, mitos y costumbres. Cabrera es paciente y sagaz; parece que no hay otra alternativa si se quiere recoger intacto el legado de toda una raza que de lo tanto que ha sufrido prefiere esconder, callar, aunque con ello se pierda todo un glorioso pasado. La autora misma nos dice: "Ponen a prueba la paciencia del investigador, le toman un tiempo considerable (...) Hay que someterse a sus caprichos y resabios, a sus estados de ánimo, adaptarse a sus horas, deshoras y demoras desesperantes; hacer méritos, emplear la astucia en ciertas ocasiones, y esperar sin prisa" (El Monte 8).
En 1960 Lydia Cabrera abandona Cuba por que no está de acuerdo con las ideas socialistas del regimen castrista que acaba de tomar el poder un año antes. Su tristeza al abandonar la patria amada se refleja en un largo período de silencio, diez años, en los cuales la autora no escribe, no puede escribir. Finalmente se rompe el silencio en 1970 cuando publica desde el exilio su libro Otán Iyebiyé, las piedras preciosas. En 1971 aparece su hermosa colección de cuentos negros, Ayapá: cuentos de Jicotea, (para mí su más lograda, quizá debido a la profunda madurez intelectual y científica y a la maestría técnica que la autora ha alcanzado para esa fecha). Por aquel entonces, Cabrera, que no le agrada vivir en los Estados Unidos, decide abandonar Miami junto con su amiga María Teresa de Rojas, para vivir en España: "Fui a vivir a España (...) Pensé quedarme allá pero me enfermé, estuve muy grave y tuvimos que regresar a este desierto de cemento" (Hiriart 28). Una vez de regreso en Miami sigue publicando nuevas obras5, y se siguen reeditando sus obras anteriores.
El dinamo Lydia Cabrera parece no tener para cuando acabar, cuando una pequeña gripe se complica tornándose en pneumonía, y la gran cubana deja de existir el 19 de septiembre de 1991, a los noventa y dos años de edad6; no obstante, su fecunda obra de trabajadora incansable le ha asegurado la inmortalidad porque ella guarda el legado incalculable e impercedero de cincuenta y cinco años (1936-1991) de investigación y acercamiento a la riqueza folklórica del universo afrocubano.

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