martes

La mecanica del pensamiento (metafisica 4 en 1 Conny Mendez)




Todo el día y toda la noche estamos pensando infinidad de cosas distintas. Pasa por nuestra mente una especie de película cinematográfica constante, aunque desconectada.
Entre tantas ideas diferentes, nos detenemos a contemplar, examinar o estudiar algunas más que otras. ¿Por qué? Porque nos han estimulado el sentimiento. Nos han producido un sentimiento de temor o de antipatía, de simpatía o de lástima, un sentimiento de agrado o de desagrado, no importa. El hecho es que por aquel sentimiento, la idea nos interesa, la repasamos más tarde, tal vez la comentamos con alguien. Esto es meditar, y lo que así se medita pasa al subconsciente y se graba allí.
Una vez que se graba una idea en el subconsciente se convierte en un “reflejo”. Tú sabes que cuando el médico te da un golpecito en la rodilla, tu pierna da un salto. Te han tocado un punto sensible y has reccionado ¿no? En esa misma forma, cada vez que ocurre en tu vida algo referente a una de las ideas que están grabadas en tu subconsciente, el “reflejo” reacciona en la forma exacta en que fue grabado. Tú adoptas una actitud de acuerdo con el sentimiento original que sentiste cuando primero pensaste en aquella idea. Los metafísicos llamamos a esto un “concepto”, o sea, una creencia, una convicción.
El subconsicente no discierne. No decide nada, no opina ni piensa por sí solo. No tiene poder para protestar, no tiene voluntad propia. Esas no son sus funciones. Su única función es la de reaccionar poniendo a la orden el reflejo que se le ha dado. Él es, en este sentido, un maravilloso archivador, secretario, bibliotecario automático que ni descansa ni falla jamás. Tampoco tiene sentido del humor. No sabe cuándo una orden ha sido dada en chiste o en serio. De manera que si tu nariz es un tantico abultada; y si tú, por hacer reír a los demás, adoptas el chiste de llamarla “mi nariz de papa rellena”, por ejemplo, como el subconsciente es un servidor exacto, no tiene sentido del humor y sólo sabe obedecer incondicionalmente, tratará por todos los medios de cumplir la orden que le han dado en tus palabras y tu sentir... y verás a tu nariz parecerse más y más a una papa rellena.
La palabra “Metafísica” quiere decir “más allá de lo físico”, o sea, la ciencia que estudia y trata de todo lo que está invisible a los sentidos físicos. Te da la razón de ser todo lo que no comprendemos; de todo lo misterioso; de todo lo que no tiene una explicación evidente; y es exacta, como comprobarás a medida que leas este librito.
Ahora verás: ¿Recordarás tú la primera vez que oíste mencionar la palabra “catarro”? ¿No lo recuerdas, verdad? Eras muy pequeñito. La palabra la dijeron tus mayores. Te enseñaron a temerla. A fuerza de repetirla te instruyeron a comprenderla, te dijeron que no te mojaras los pies, que no te pusieras en una corriente de aire, que no te acercaras a alguien porque tenía catarro y se te pegaba, etc., etc. Todo lo cual se fue grabando en tu subconsciente y formando allí un reflejo. No tuviste jamás que recordar las advertencias de tus mayores. El daño estaba hecho. De allí en adelante, tu subconsciente te ha brindado un catarro (el mejor que te pueda obsequiar) cada vez que te has colocado en una corriente de aire, cada vez que se te han mojado los pies, cada vez que te acercas a un acatarrado y cada vez que tú oyes decir que anda por allí una epidemia de gripe o de catarro.
Por culpa de tus mayores, por lo que has escuchado decir a los demás; por lo que has leído en los periódicos y en los anuncios, en el radio y televisión, y sobre todo porque ignoras la verdad metafísica de la vida, has aceptado estas ideas erróneas y se convirtieron en reflejos que actúan sin premeditación tuya, automáticamente, y que son causa de todos los males que te aquejan en el cuadro de tu vida. Tienes un cargamento voluminoso de ideas ajenas que afectan todos los departamentos de tu vida, tu cuerpo, tu alma y tu mente. Advierte que si no lo hubieras aceptado; si por el derecho que te da tu libre albedrío de escoger, aceptar y rechazar, no hubieras aceptado lo negativo, no hay germen ni virus ni poder en el mundo que hubiera podido atacar ni convencer a tu subconsciente para que actuara de ninguna otra forma que aquella que tú le diste.
Tu voluntad, negativa o positiva, es el imán que atrae hacia ti los gérmenes, las circunstancias adversas o las buenas. Como ya hemos dicho, tu actitud negativa o positiva ante los hechos, determinan los efectos para ti.

¿LA FE MUEVE MONTAÑAS? ¿POR QUE, Y COMO? Conny Mendez *El librito Azul*





CAPITULO V
¿LA FE MUEVE MONTAÑAS? ¿POR QUE, Y COMO?

Todo el mundo conoce el dicho y lo repite a menudo. Lo repite como loro, pues no sabe en realidad lo que significa, ni por qué ni cómo es eso, que la fe mueve montañas.
Pocos saben que el temor también mueve montañas. El temor y la fe son una misma fuer¬za. El temor es negativo y la fe es positiva. El temor es fe en el mal. O sea, la convicción de que va a ocurrir lo malo. La fe es la convicción de que lo que va a ocurrir es bueno, o que va a termi¬nar bien. El temor y la fe son las dos caras de una misma medalla.
Fíjate bien. Tu jamás temes que te vaya a suceder algo bueno. Ni tampoco dices jamás "tienes fe en que te va a ocurrir lo malo". La fe siempre se asocia a algo que deseamos; y no creo que tú deseas el mal para tí.! A éste le te¬mes; ¿no es así?
Todo lo que tu temes lo atraes y te ocurre. Ahora que, cuando te ocurre generalmente dices con aire triunfante: "¡Ajá, yo lo sabía! Lo pre¬sentí", y sales corriendo a contarlo y repetirlo como para lucir tus dotes de clarovidente. Y lo que en realidad ha sucedido es que lo pensaste con temor ¿Lo presentiste? Claro. Lo pre-sentiste. Tú mismo lo estás diciendo. Ya tú sabes que todo lo que se piensa sintiendo al mismo tiempo una emoción, es lo que se manifiesta o se atrae. Tú lo anticipaste y lo esperaste. Anti¬cipar y esperar es fe.
Ahora fíjate que todo lo que tú esperas con fe te viene, te sucede. Entonces, si sabes que esto es así, ¿qué te impide usar la fe para todo lo que tú desees: amor, dinero, salud, etcétera? Es una ley natural. Es una ordenanza divina. El Cristo lo enseñó con las siguientes palabras, que tú conoces: "todo lo que pidiéreis en oración creyendo, lo recibiréis". No lo he inventado yo.
Está en el capítulo No. 21, versículo 22 de San Mateo. Y San Marcos, lo expresa más claro aún: "todo lo que pidiereis orando, creed que lo reci¬biréis y os vendrá". San Pablo lo dice en palabra que no tienen otra interpretación: "la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que se ve". Más arriba te dije que la fe es la convicción del bien.
Ahora te diré que la convicción viene por el conocimiento. Supongamos que tú vives en la pro¬vincia y que jamás has ido a la capital. Quieres ir a la capital, y tomas el tren, el auto o el avión. Sabes dónde queda la capital y cómo dirigirte a ella. Un día te diriges hacia la capital y utilizas la forma de conducción que mejor te convenga, pero por el camino no vas temiendo desviarte hacia la luna ¿No? Si fueras un indio salvaje podrías estar temblando de pavor por desconocer totalmente lo que te está pasando. Pero siendo una persona civilizada, vas tranquilo, sabiendo que a tal o cual hora llegarás a la capital ¿Qué es lo que te da fe? El conocimiento.
La ignorancia de los Principios de la Crea¬ción es lo que hace que el mundo tema el mal, no sepa emplear la fe, ni siquiera lo que ella es.
La fe es convicción, seguridad; pero éstas tienen que estar basadas en el conocimiento de algo. Conoces que existe la capital y vas hacia ella. Por eso sabes que no irás a parar a la luna.
Ahora sabes que cuando deseas algo, si te¬mes no obtenerlo, no lo obtendrás. Si lo niegas antes de recibirlo, como en el ejemplo dado ya de la oración que dirige a Dios la generalidad de los humanos: "Dios mío concédeme tal cosa, aunque sé que no me lo darás porque vas a pensar que no me conviene"; no lo obtendrás porque de antemano lo negaste. Has confesado que no lo esperas.
Déjame darte la fórmula metafísica para ob¬tener cualquier cosa que uno desee. Es una fórmula. Hay que emplearla para todo. Com-pruébala por ti mismo. No me lo creas ciega-mente.
"Yo deseo tal cosa. En armonía para todo el mundo y de acuerdo con la voluntad divina. Bajo la Gracia y de manera perfecta. Gracias Padre que ya me oíste".
Ahora no dudes por un solo instante. Has empleado la fórmula mágica. Has cumplido con toda la ley y no tardarás en ver tu deseo manifes¬tado. Ten paciencia. Mientras más tranquilo esperes, más pronto verás el resultado. La impa¬ciencia, la tensión y el ponerse a empujar mental¬mente destruyen el tratamiento (La fórmula es lo que en metafísica se llama "un tratamiento").
Para que conozcas lo que has hecho al re¬petir la fórmula, te voy a explicar el proceso detalladamente. Al tú decir "en armonía para todo el mundo" has eliminado todo peligro de que tu conveniencia perjudique a otros, como tampoco se te hace posible desear un mal para otro. Al decir "de acuerdo con la voluntad divi¬na"; si lo que tú deseas es menos que perfecto para ti, verás suceder algo mucho mejor de lo que tus esperabas. En este caso significa que lo que estabas deseando no lo ibas a encontrar suficiente, o no te iba a resultar tan bueno como tu pensabas. La voluntad de Dios es perfecta.
Al tú decir "bajo la Gracia y de manera perfecta", encierra un secreto maravilloso. Pero déjame darte un ejemplo de lo que ocurre cuan¬do no se sabe pedir bajo la Gracia y perfección. Una señora necesitaba urgentemente una suma de dinero, y la pidió, asimismo, para el día 15 del mes. Tenía absoluta fe de que la recibiría, pero su egoísmo e indiferencia no le inspiró pedirla con alguna consideración para nadie más. Al día siguiente un automóvil estropeó a su hija, y el día 15 del mes recibió la suma exacta que ella había pedido. Se la pagó la Compañía de Seguros por el accidente de su hija. Ella trabajó la Ley con¬tra ella misma.
Pedir "bajo la Gracia y de manera perfecta" es trabajar con la ley espiritual. La Ley de Dios que se manifiesta siempre en el plano espiritual. Allí (en el plano espiritual) todo es perfecto, sin obstáculos, sin inconvenientes, sin tropiezos ni daños para alguno, sin luchas ni esfuerzos, "suavecito, suavecito", todo con gran amor, y esa es nuestra Verdad. Esa es la Verdad que al ser conocida nos hace libres.
"Gracias Padre que ya me oíste" es la expre-sión más alta de fe que podamos abrigar. Jesús la enseñó y la aplicaba en todo, desde antes de partir el pan con que alimentó a cinco mil, hasta para decir cómo transformar el vino en su san¬gre. Dando gracias al Padre antes de ver la manifestación.
Como irás viendo, todo lo que enseñó Jesús fue metafísico.
Todo lo que tú desees, todo lo que vayas ne¬cesitando lo puedes manifestar. El Padre todo lo ha previsto ya, todo lo ha dado ya, pero hay que irlo pidiendo a medida que se sienta la necesidad. Sólo tienes que recordar que no pue¬des pedir mal para otro porque se te devuelve a ti, y todo lo que pidas para tí debes pedirlo también para toda la humanidad porque todos somos hijos del mismo Padre.
Por ejemplo, pide grande. El Padre es muy rico y no le gusta la mezquindad. No digas "Ay, Papá Dios dame una casita. Sólo le pido una casita, aunque no sea sino chiquitica", cuando la realidad es que tú necesitas una casa muy grande porque tu familia es numerosa. No reci¬birás sino lo que pides. Pide así: "Padre, dame a mí y a toda la humanidad, todas las maravillas de tu Reino" y ahora haz tu lista.
Para irte fortificando la fe, haz una lista de cosas que deseas o que necesitas. Enumera los objetos o las cosas. Al lado de esta lista haz otra enumerando cosas que deseas ver desapare¬cer, o bien en ti mismo o en lo exterior. En el mismo papel escribe la fórmula que ya te di más arriba. Ahora, lee tu papel todas las noches. No te dejes sentir la menor duda. Da las gracias de nuevo cuantas veces pienses en lo que has escrito. A medida que veas que se te van reali¬zando las cosas enumeradas, ve tachándolas. Y al final, cuando las veas realizadas todas, no vayas a ser tan mal agradecido de pensar: "Tal vez se me iban a dar de todas maneras", porque es mentira. Se te dieron porque las pediste co¬rrectamente. Lo exterior se acomodó para dejár¬telas pasar.
Como ya estás muy habituado a sentir temor por una variedad de razones, cada vez que te encuentres atacado por un temor repite la fórmula siguiente, que te irá borrando el reflejo que tienes grabado en el subconsciente: "Yo no tengo miedo. No quiero el temor. Dios es amor y en toda la Creación no hay nada a qué temer; Yo tengo fe. Quiero sentir fe".
Un gran Maestro decía "lo único que se debe temer es al temor". La fórmula la debes repetir aun cuando estés temblando de terror. En ese momento, con mayor razón. Solamente el deseo de no temer y el deseo de tener fe bastan para cancelar todos los efectos del temor, y para situarnos en el polo positivo de la fe.
Supongo que ya tú conoces el principio psico¬lógico que dice, que cuando se borra una cos¬tumbre hay que sustituirla por otra. Cada vez que se niega o se rechaza una idea cristalizada en el subconsciente, se borra ésta un poquito. El pequeño vacio que así se hace, hay que llenarlo inmediatamente con una idea contraria. Si no, el vacío atraerá ideas de la misma clase y que siempre están suspendidas en la atmósfera, pen¬sadas por otros. Poco a poco irás viendo que tus temores desaparecen, si es que tienes la vo¬luntad de ser constante, repitiendo la fórmula en todas las circunstancias que se vayan pre¬sentando.
Poco a poco irás viendo que únicamente te sucederán las cosas como tú las deseas. "Por sus frutos los conoceréis", dijo Jesús.
Este gran instrumento —"el poder del decre¬to" se presenta a nuestra atención en aquella extraordinaria historia de la creación que encon¬tramos en los dos primeros capítulos del Génesis en la Biblia. Yo sugiero que tomes tiempo ahora para leer este maravilloso relato. Mientras lees te darás cuenta de que el hombre (esto quiere decir tú y yo) no fue creado para ser la pieza del juego de las circunstancias, la víctima de las condiciones o un títere movido de un lado para otro por po¬deres fuera de su dominio. En lugar de esto en¬contramos que el hombre ocupa el pináculo de la Creación; que, lejos de ser lo más insignificante del Universo es, por la misma naturaleza de los poderes que le ha dado su Creador, la suprema autoridad designada por Dios para regir la Tierra y toda cosa creada. El hombre está dotado de los poderes mismos del Creador porque es "hecho a Su imagen y según Su semejanza". El hombre es el instrumento por medio del cual la sabiduría, el amor, la vida y el poder del Creador Espíritu, se expresa en plenitud.
Dios situó al hombre en un Universo respondedor y obediente (incluyendo su cuerpo, sus asuntos, su ambiente) que no tiene otra alternati¬va que llevar a efectos los edictos o decretos de su suprema autoridad.
El poder de decretar es absoluto en el hom¬bre; el dominio que Dios le dio, irrevocable; y aunque la naturaleza básica del Universo es buena en la evaluación del Creador, puede aparecer ante el hombre solamente como él decreto que aparez¬ca. Vemos que mientras el hombre fue obediente a su Creador, mantuvo su poder de pensar y hacer decretos a tono con el espíritu del Bien que es la estructura de la Creación, vivió en un universo de bien, un "Jardín del Edén". Pero cuando el hombre "cayó" al comer del árbol del conoci¬miento del bien y del mal, y eligió basar su pensa¬miento y usar sus poderes en el bien y el mal —lo que como agente libre podía hacer— inme¬diatamente encontró sudor y cardos mezclados con su pan de cada día. Desde la "caída" el hom¬bre se ha atareado declarando su mundo bueno o malo y sus experiencias han sido de acuerdo con sus decretos. Esto demuestra evidentemente cómo responde el Universo y cuán completos y de largo alcance son el dominio y la autoridad del hombre.

La Voz del Silencio



"Antes de que el alma pueda ver, debe lograrse la armonía interna, y los ojos de la carne deben estar ciegos a toda ilusión.
"Antes de que el alma pueda oír, la imagen (el hombre) debe estar sorda a los rugidos y a los murmullos, a los bramidos de los elefantes y a los argentinos zumbidos de la dorada luciérnaga.
"Antes de que el alma pueda comprender y recordar, debe unirse a aquel que habla en silencio, así como la mente del alfarero se une primero a la forma que le dará a la arcilla.
"Entonces el alma oirá y recordará.
"Y entonces hablará la Voz del Silencio al oído interno".


Extracto del libro "la luz del alma"
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