domingo

Lydia Cabrera Extracto de EL MONTE

......El uso del azabache, es tan corriente y necesario, porque quebrándose oportunamente, advierte a tiempo el daño que causan estas miradas, de tan fuertes, perjudiciales. Con el azabache, el niño deberá llevar también una cuenta de coral, (pues d rojo distrae o debilita la vista del aojador) y otra de ámbar, que tiene virtud profiláctica, y un vistoso lazo encarnado. Se aconseja además, un diente de ajo y un trocito de alcanfor ocultos en una bolsita, aunque quizá lo más eficaz sea, en opinión de muchos, llevar la famosa y experimentada oración de San Luis Beltrán, doblada dentro de un sobre de tela a manera de escapulario. Esta clásica oración "salva a muchos angelitos y animales del mal de ojo". Una madre vigilante en todo caso, cuando oye celebrar a su niño, lo pellizcará o buscará disimuladamente algún pretexto para hacerle llorar. El llanto "rompe el mal de ojo". En fin, veremos que los adultos, aunque más fuertes y resistentes, no estamos menos expuestos a los oyú ofó. La sobrina treinteña de una santera conocida mía, bailaba tan bien que de admirarla y de tener los ojos de las gentes, oyú kokoroi grandes y fijos en sus pies, al salir de una fiesta la arrolló un coche yde este accidente se quedó coja... Debo confesar que soy culpable de haber atraído sobre una pobre viejita, a quien fui a visitar llevándole de regalo un par de zapatos, "mucha envidia de la peligrosa. De esa que se sube a los ojos..." El día que estrenó estos zapatos, una vecina se los miró "con ojos que se le volvieron malos" y sufrió una caída al bajar del tranvía. Mas, un trocito de la madera del árbol resistente a todas las furias de los elementos, invulnerable al fuego y al huracán, es resguardo que protege a quiea lo lleve, niño o viejo, no ya de los malos ojos, sino de todo daño posible. (De maldad de vivo o de muerto).



El villumbero C. asegura que no existe "guardiero" más seguro que un gajo de ceiba para impedir que los espíritus errantes penetren y se instalen en las casas. Una cruz formada con un tallo de ceiba, se fija detrás de la puerta con la intención de apaciguar aquella vivienda en que se oyen de noche crujidos y ruidos indefinibles y misteriosos: la ceiba desaloja y mantiene alejados a los espíritus intrusos y sin paz que no se atreven a volver. (El Arikú-Bambaya, resguardo que consiste en un palo vestido con una faldeta, que se alimenta como a Elegguá y se coloca detrás de la puerta, desempeña también esta delicada función de impedir la entrada en las casas de espíritus perturbadores o dañinos).

Otro yerbero me explica que se “trabaja” con la ceiba en siete formas diferentes, y que así lo indican sus hojas. Porque todo en este árbol prodigioso le sirve al brujo para sus artes: el tronco, donde hacen los amarres; la sombra, que atrae, llama a los espíritus y baña con sus efluvios espirituales poderosos a las ngangas y a toda la serie de objetos protectores - amuletos y talismanes que fabrica el hechicero y son, como los define G. S. “igual que santos chiquitos, guardieros que defienden a su dueño”; las raíces colosales que se hunden en la tierra, que van por debajo caminando hasta muy lejos y "que llamamos los estribos de Mamá Ungundu". En este estribo o raigón deposita sus uembas, invoca y conjura. La tierra que circunda el árbol "está llena del poder de Oddúa y de Aggayú, dueño también del río, a quien se saluda y "afama" en la ceiba: "Obba Aggayú. Aggayú sola okkúo e wikini sóggu iyá lóro ti bako mana mana oloddumare kawo kabie si. Olúo mi, ekú fedllú taná". Las hojas - se toman siete -, provocan la manifestación del espíritu en las iniciaciones de palo monte. "El muerto va a buscar a Sánda". El iniciado o "rayado", el nuevo "gando", "cabeza, moana ntu" de nganga, "que es primerizo", tarda a veces algún tiempo en ser poseído por el espíritu. "No siempre el palo monta desde un principio, o el mismo día que se jura a un hijo. A veces el fúmbi, antes de agarrarlo empieza por trastornarle la cabeza. Yo perdí el oído. No podía abrir los ojos, y el corazón siempre me batía asustado", recuerda Jesús Santos. "Cuando me despertaba por las mañanas, mi cuerpo era de plomo, tenía como pimienta en los ojos y un peso en la nuca que no podía soportar, estaba alelado; pero todo eso se termina en cuanto el palo lo tumba a uno". (El espíritu en Regla de congo, monta, materialmente a horcajadas, sobre los hombros del medium. Este lo lleva cargado sobre sus espaldas. De ahí que a veces para que se marche y no lo castigue demasiado, es preciso quemar la fula sobre su misma espalda. El “yimbi” no ve con sus propios ojos, que permanecen cerrados todo el tiempo que dura la posesión, "mira por atrás, desde el cogote, donde asienta ndoki". Por esto se le acerca el espejo a la base del cráneo para que el espíritu vea las imágenes que aparezcan en éste y dé cuenta de lo que ve. Generalmente, durante el período de su iniciación en palo monte, el neófito suele hallarse en ese estado intermitente de confusión metal, y en algunos casos permanente, que José Santos nos describe. A los veintiún días, cuando vuelve de desenterrar en el cementerio una muda de ropa que debe permanecer sepultada allí tres viernes, saturándose de la emanación de un muerto, se le viste con ella, "para que su cuerpo sea como el de un cadáver", y se le conduce a la ceiba en que el palero, su padrino, tiene su nganga, pues en el campo son muchos los mayomberos que guardan sus prendas bajo las ceibas, y estas iniciaciones se celebran en el monte. Allí se le pone de hinojos y se entona un primer mambo, Bángarake mámboyá pánguiame, con que el brujo, su mayordomo y la tikán-tiká, la madrina, invocan a los antecesores difuntos y al palo, al espíritu del muerto subordinado a su padrino y nfumo. ...(continùa...)

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