sábado
El arbol de navidad
Los antiguos egipcios ya celebraban el fin de año con una ceremonia en que llevaban una penca de palma que tenía doce hojas, cada una de ellas representando un mes del año. Al fin de la ceremonia, encendían la punta de cada hoja y las apilaban formando una hoguera en honor de los dioses. Se cree que el origen del árbol de Navidad actual podría estar en aquella costumbre.
En la primera mitad del siglo VIII, en Alemania, se cuenta que ocurrió algo que le dio el empuje definitivo al árbol navideño. Mientras San Bonifacio intentaba convencer a unos druidas alemanes de que el roble no era ningún símbolo sagrado (puesto que la religión católica no lo entiende así, al contrario que la druídica), uno de los misioneros que le acompañaban derribó uno de ellos, queriendo demostrar que no era más importante que otros árboles, y que como todos, caía al ser golpeado. Este árbol al caer fue derribando otros cercanos, en un efecto cadena del que sólo se salvó un pequeño abeto. Se interpretó esto como un pequeño milagro, y los años siguientes los cristianos plantaron abetos en Navidad como forma de celebrar el suceso del año anterior. Siglos más tarde, allá por el XVI, los alemanes ya decoraban los abetos como forma de celebración, aunque esta costumbre no arraigaría en España hasta mediado el siglo XX. Sin embargo, a pesar de ser éste el origen cristiano del árbol de Navidad, no podemos olvidar que entronca con la tradición ancestral del culto a la naturaleza y sus espíritus, encarnados también en los árboles. En las tierras de Alemania, sus habitantes acostumbraban a adornar los árboles cuando éstos se quedaban desnudos en invierno, como una manera de atraer a los buenos espíritus. Estos primeros adornos muchas veces representaban frutas como manzanas, y más tarde serían los sopladores de vidrio de la ciudad de Bohemia quienes harían bolas de cristal con que adornar los árboles.
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Destruyendo al projimo/del guerrero de la luz
Malba Tahan ilustra los peligros de la palabra: una mujer tanto fue pregonando que su vecino era un ladrón, que el muchacho acabó preso. Días después, descubrieron que era inocente; lo soltaron y él procesó a la mujer.
-Hacer unos comentarios no es algo tan grave - dijo ella al juez.
-De acuerdo -respondió el magistrado- . Hoy, al regresar a su casa, escriba todo lo que habló mal sobre el joven, después pique el papel y vaya tirando los trocitos por el camino. Mañana vuelva para escuchar la sentencia.
La mujer obedeció y volvió al día siguiente.
-Está perdonada si me entrega los pedazos de papel que tiró ayer. En caso contrario, será condenada a un año de prisión- declaró el magistrado.
-Pero eso es imposible! ¡El viento ya ha dispersado todo!
-De la misma manera, un simple comentario puede ser esparcido por el viento, destruir el honor de un hombre y después es imposible arreglar el mal ya hecho.
Y envió a la mujer a la cárcel.
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